Las ruedas de la patineta parecen superar el rozamiento del piso, Alejandro parece volar.
- ¡Cuidado!, ¡abran paso!, ¡muévanse!... - dice el chiquillo con afán de no chocar con nada y con nadie.
- Ahí viene Alejandro…
Pero, a cambio de saludarnos, vemos que se tambalea… un cordón, un cordón, la rueda… y… ahhhhhh… al piso. Alejandro, una vez más, nos saluda desde el piso. Todos reímos, hasta él. Se levanta, una rodilla roja, la maleta se ha roto y el jugo derramado… recogemos monedas y dulces que salieron de su bolsillo y le regañamos como siempre.
- No nos preocupa que te caigas, que te fractures por décima vez… tú amas hacerlo; quien nos preocupa realmente es tu madre… ella sí que sufre cada vez que te golpeas por andar brincando de un lugar a otro… es decir cada tres días-. Él solo sonríe y dice que antes de llegar a casa pasará por la casa de la vecina o quizás por donde su tía, para que sanen sus heridas y no tener que mostrárselas a su mamá.
Besos y más besos. Todos saludan a todos, luego del pequeño accidente de Alejandro. Clarita quiere que nos quedemos a jugar; pero Irma hace llamado al orden y recuerda que debemos ir a clases ya… Pancha y otros nos miramos como indecisos -¿será que vamos? …mmmmm- Resolvemos quedarnos en el parque que queda al frente de la cafetería e Irma va sola al salón –Ñoña, qué ñoña eres. Nosotros nos quedamos jugando y tú te vas a clase- Dice sonriente Pancha.
Pasaron los años. Andrea, Lara y yo nos encontramos de vez en cuando. Recordamos aquellos días de decidir entre el parque y la clase. Ahora no es que hayan cambiado mucho las cosas en cuanto a nuestros gustos de contar chistes, leer poemas en un banco del parque y tomar refresco de limón de una misma botella.
- ¿Qué ha habido de pancha?, pregunta Andrea al mismo tiempo que sonríe tomando la botella de refresco.
- Se que ha ido a vivir con sus padres a un pueblo a las afueras de Bogotá; hacia las montañas del oriente. Ella juega con sus nuevos amigos; unos niños del campo que la ven como si ella fuera su profesora… realmente se divierten mucho-. Dice Lara. -¿Y Alejandro?...
Ambas me miran y esperan mi respuesta; pues yo le vi en una ocasión en la que fui al colegio a visitar a mis maestros y a llevarles unos chocolates de obsequio. Siento que las palabras no me salen; que no se que decir ante las miradas expectantes de las chiquillas. No se cómo decirles.
- No, pues nada, pues bien… eh, ya no monta en patineta, ya vendió sus patines, alguien rompió su palo de hockey. Ya no hace tanto deporte.-
- Qué bien. Entonces ya no anda cayéndose cada cinco minutos y atormentando a su mamá. Estará muy dedicado al estudio.- Dice Lara.
- ¡Cuidado!, ¡abran paso!, ¡muévanse!... - dice el chiquillo con afán de no chocar con nada y con nadie.
- Ahí viene Alejandro…
Pero, a cambio de saludarnos, vemos que se tambalea… un cordón, un cordón, la rueda… y… ahhhhhh… al piso. Alejandro, una vez más, nos saluda desde el piso. Todos reímos, hasta él. Se levanta, una rodilla roja, la maleta se ha roto y el jugo derramado… recogemos monedas y dulces que salieron de su bolsillo y le regañamos como siempre.
- No nos preocupa que te caigas, que te fractures por décima vez… tú amas hacerlo; quien nos preocupa realmente es tu madre… ella sí que sufre cada vez que te golpeas por andar brincando de un lugar a otro… es decir cada tres días-. Él solo sonríe y dice que antes de llegar a casa pasará por la casa de la vecina o quizás por donde su tía, para que sanen sus heridas y no tener que mostrárselas a su mamá.
Besos y más besos. Todos saludan a todos, luego del pequeño accidente de Alejandro. Clarita quiere que nos quedemos a jugar; pero Irma hace llamado al orden y recuerda que debemos ir a clases ya… Pancha y otros nos miramos como indecisos -¿será que vamos? …mmmmm- Resolvemos quedarnos en el parque que queda al frente de la cafetería e Irma va sola al salón –Ñoña, qué ñoña eres. Nosotros nos quedamos jugando y tú te vas a clase- Dice sonriente Pancha.
Pasaron los años. Andrea, Lara y yo nos encontramos de vez en cuando. Recordamos aquellos días de decidir entre el parque y la clase. Ahora no es que hayan cambiado mucho las cosas en cuanto a nuestros gustos de contar chistes, leer poemas en un banco del parque y tomar refresco de limón de una misma botella.
- ¿Qué ha habido de pancha?, pregunta Andrea al mismo tiempo que sonríe tomando la botella de refresco.
- Se que ha ido a vivir con sus padres a un pueblo a las afueras de Bogotá; hacia las montañas del oriente. Ella juega con sus nuevos amigos; unos niños del campo que la ven como si ella fuera su profesora… realmente se divierten mucho-. Dice Lara. -¿Y Alejandro?...
Ambas me miran y esperan mi respuesta; pues yo le vi en una ocasión en la que fui al colegio a visitar a mis maestros y a llevarles unos chocolates de obsequio. Siento que las palabras no me salen; que no se que decir ante las miradas expectantes de las chiquillas. No se cómo decirles.
- No, pues nada, pues bien… eh, ya no monta en patineta, ya vendió sus patines, alguien rompió su palo de hockey. Ya no hace tanto deporte.-
- Qué bien. Entonces ya no anda cayéndose cada cinco minutos y atormentando a su mamá. Estará muy dedicado al estudio.- Dice Lara.
- Pero me imagino que con mucha alegría como siempre, muy activo y ansioso como cuando íbamos al colegio… jajaja… realmente cuando todos nos quedábamos en el parque, mientras la ñoña iba a clase… ¡y a ella no le fue mejor que a nosotros en las calificaciones !…- Dice Andrea a carcajadas.
Recordé la imagen: bajaba por las escaleras con una chica que le llevaba del brazo… no patineta, no audífonos, no palo de hockey, no brincos, no sonrisa y no grito de saludo… Las cosas fueron diferentes esta vez. Casi no le reconocí, porque ya no era todo cuanto el chiquillo que volaba y terminaba en el piso con una rodilla herida. Se apoyaba en un bastón. Una sonrisa se dibujó levemente en su boca. Quedé atónito.
- Niñas…mmm… él ya no preocupa más a su mamá. No, ya no.- Dije bajando el tono de mi voz.
- ¿Cómo es eso?, ¿acaso se ha vuelto un personaje serio?, ¿ya tiene otros amigos?, ¿ya no recuerda las tardes en el parque?-. Se apresura Andrea.
- No nos ha olvidado; por el contrario, hablamos mucho de esa época. Pero su sonrisa disminuyó, y sus ojos opacos están.- Dije.
No recuerdo mis palabras; no soy capaz de replicarlas. Lo que se es que les dije a las niñas que mucho había cambiado en Alejandro.
Retomé la imagen en las escaleras, recordé el sofisticado bastón que ahora reemplazaba las ruedas. Su boca me contaba su nueva condición, mientras su mirada iba hacia el horizonte y mientras mi sonrisa se calmaba poco a poco y mi cara era de no entender. Una extraña neuropatía de origen genético y con evolución degenerativa afectaba sus piernas.
- Suelo tener recaídas. Los medicamentos no ayudan mucho, pues la investigación en el asunto no ha avanzado mucho. En ocasiones no puedo levantarme, ni sostener mi cuerpo; el dolor me lo impide. Ya no puedo patinar… ja… así que ya no me caigo y ya no angustio a mamá por eso.- Palabras que se reprodujeron vagamente en mi mente.
Las niñas y yo terminamos nuestra conversación; el refresco se quedó a la mitad. Cada uno tenía que hacer muchas cosas y por ello teníamos que despedirnos y continuar por separado. Quizás si habían cambiado muchas cosas al cabo de los años. La decisión entre el parque y los quehaceres ya no era un dilema; ya sabíamos que teníamos que ir a trabajar… Solo un beso en la mejilla al finalizar permanecía de aquél entonces…no patineta, no audífonos, no palo de hockey, no brincos, no sonrisa y no grito de despedida; solo adiós.
4 comentarios:
Sólo adiós...
Pero os teneís unos a otros ¿no?, eso siempre es lo más importante.
Ahora no puede patinar, pero seguro que sí puede seguir compartiendo una botella de limonada...
Nunca perdaís eso, nunca!!!
Un relato que me ha calado demasiado hondo amigo.
¿O será que soy demasiado vulnerable?
Besitos corazón
La vida en ocasiones nos hace cada..., que pena lo de Alejandro, adios patineta, adios palos de hockey, adios sonrisa...¡No es justo!.
Pero como dice Marga, se tienen unos a otros y mientras esa amistad sea sólida, allí estaran como los "Tres mosqueteros": Uno para todos y todos para uno. Porque de eso se trata la amistad. Y no es necesario estar hablandose o viendose constantemente; tú sabes que cuentas con ellos...y ellos contigo, para lo que sea.
Un beso grande, grande.
Qué bello post...
Alejandro me ha recordado a un amigo mío de la infancia. Y así estoy ahora, recordando a Valeriano, que así se llama, gracias a ti.
Un abrazo
Es quizá en esas ocasiones en que uno deba sonreír porque alguna vez sí fue posible patinar, sí fue posible saltar, sí fue posible correr, no? Y recordarlo todos juntos.
Me encantó el relato, joven César.
Un abrazote.
JfT
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