miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pisco Sour III. Ensueño Pre-Hispánico, De Caral al último Inca:

Las imágenes y las sensaciones habían tenido su origen mucho tiempo atrás con el rocío etéreo de una Rosa soñada. La presencia pre-hispánica rondaba prometiendo lo increíble.

Ese martes madrugamos. El transporte tardó y llegamos justo a la hora de salida del autobús que nos acercaría más a la maravillosa Ciudad Sagrada de Caral, la única ciudad primigenia aún en pie, en donde por primera vez los humanos hicieron civilización. Los 5000 años de existencia de Caral no tienen nada que envidiarles a la antigüedad de los egipcios.

La ruta fue larga, movida y con variados paisajes: de lado derecho el desierto y del otro el océano; vaya encuentro.

El pueblo más cercano a Caral nos alimentó con su tradición y delicias de antaño. Pronto, luego de un cigarrillo, estaríamos en carretera y luego por trochas para adentrarnos finalmente de nuevo al desierto. Ahora estábamos frente a semejante maravilla: la ciudad más antigua del continente americano.

Y el recorrido nos mostró un pueblo característico de algunas de las culturas pre-incas: agricultores, pescadores, adoradores del mar, comerciantes y ante todo un pueblo pacífico. No existen vestigios de guerra, pero sí de su dieta marina; no existen vestigios de su lenguaje, pero si un glifo; no existen vestigios claros de su religión, pero si la imagen del dios sol; a cambio existen grandes pirámides-templos, un reloj de sol, una plaza central y edificios. El extenso camino y las horas en carretera se hicieron insignificantes ante la grandeza de Caral.

El día culminó con un cielo limeño cubierto de estrellas, un cigarrillo compartido y Rosita tomando su rumbo casi a la media noche una vez más.
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La madrugada siguiente no fue menos movida que las anteriores, pues Star Perú nos llevaría a una inimaginable travesía por los andes peruanos. El contraste entre el desierto y la sierra era notable. Aunque había muchas montañas áridas, otras pintaban de tonos verdes, otras vestían nieves perpetuas y otras tatuaban su superficie con espectaculares lagos esmeralda. Los ríos serpenteaban, los caminos recordaban la ruta inca y las ansias por llegar a Cusco desbordaban al interior de la pequeña nave para vuelos nacionales.

La calidez y altitud de Cusco nos dieron la bienvenida. La música andina en el aeropuerto u la base de mi maleta rota se confundieron en la tarea de buscar al agente turístico que nos recomendó el tío de Rosita. Al fin nos encontramos.

Las calles centrales y la plaza de armas de Cusco son una maravilla colonial que oculta a la mirada del turista las miserias de los alrededores colmados de familias pobres. Hasta nuestra casa de banco gringa lucía arquitectura española. Ahora estábamos son la compañía de Rosita, pero si con su afecto, pensamiento y preocupación sinceros.

La tarde transcurrió entre el Valle Sagrado de los Incas, y pueblos desafiantes del tiempo como Urubamba y el maravilloso Ollantaytambo. La grandeza de la Ruta Inca se desnudaba recatadamente frente a nuestros ojos. El soroche me golpeó y solo el caminar lento y unas hojas de coca masticadas me dieron fuerza.

Allí las montañas me hablaron más que nunca, me sentí libre de las ciudades en “desarrollo”, libre del tiempo, libre del trabajo y las preocupaciones y más cerca de mi Gato. Lo único que me faltó durante la caminata fue una cerveza Cusqueña ®. Ahora tenía el ingenio, grandeza y sabiduría del Tawantinsuyu ante mí.

Y definitivamente Ollantaytambo es uno de esos pueblos en los que uno corre el riesgo de quedarse por siempre. Los riachuelos, sabia de las montañas, corrían por cada calle y hacían parte de la arquitectura y el misterio del pueblo. Cada calle tenía una muralla o pared de piedra, simulando las calles de las ciudades del Tawantinsuyu original. Las banderas multicolores, los tejidos indígenas, los campesinos, la tranquilidad y un café junto a un tejado viejo invadido por palomas nos entretuvieron mientras llegaba la hora del tren a Aguas Calientes; última parada antes de la majestuosa Machu Picchu.

Los panes rellenos con tortilla de huevo y queso, más un cálido café con leche y exquisitos dulces de coca nos hicieron agradable la espera del tren de las 7:00 pm.

Al fin abordamos y en medio de conversaciones multilingües y de un sueño abrazador, viajamos alrededor de una hora hasta llegar a Aguas Calientes. En la estación nos esperaban personas del hotel en que nos hospedaríamos y los otros guías turísticos.
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Una vez más a la madrugada. Siendo las 4:30 am, el Gato y yo teníamos que estar en pie y disponernos para el trillado desayuno continental de los hostales y hoteles de tres estrellas que frecuentábamos. Pronto nos entregaron nuestros pases de bus y en media hora de montaña nos encontrábamos en una fila moderada para entrar a la Ciudad Sagrada de Machu Picchu.

Y la emoción no fue menos de lo imaginado. El paisaje se componía de los edificios, templos, terrazas, camélidos, nacionalidades varias y el imponente Huayna Picchu al fondo; tal como en las películas y las fotos. La altura no muy distinta a la de Bogotá (2600 msnm) nos permitió gozar de una larga caminata al lado de un guía con rasgos locales y una bandera del Tawantinsuyu, quien nos envolvió en la fantástica historia hasta ahora reconstruida del pueblo del “Centro del Universo”.

Cada tramo, cada historia, cada trago de agua, cada nube y cada parte de la ciudad fueron especiales. La roca, la vegetación y los camélidos tenían mucho que decir sin palabras. El sol acosaba y hasta pudimos dormir en el descanso de uno de los escalones. Al final terminamos la ruta cerca de las 10:00 am, con las últimas hojas de la sagrada coca que nos ofreció el guía, a manera de ritual de agradecimiento.

Y de regreso a Aguas Calientes, rondamos el pequeño pueblo en busca de algo que beber y luego del almuerzo en uno de los restaurantes de la plaza de armas. Fue muy grato. Un café y un cigarrillo sellaron nuestra visita. Luego tomaríamos el tren de regreso a Ollantaytambo; al pueblo de ensueño, rodeado por imponentes montañas y vestigios de ciudades incas.

El regreso a Cusco fue una aventura, pues nos rehusamos a viajar como lo haría el común de los turistas, y nos aventuramos a tomar la misma ruta que la gente del pueblo. Fue sorprendente viajar al lado de los campesinos, pues disfrutamos, no solo del paisaje, sino de las costumbres, formas de hablar y de relacionarse que tienen los lugareños. Cusco nos recibió con los brazos abiertos en aquella noche de jueves y con exquisito plato de Lomito Saltado con, una vez más, la gloriosa Cerveza Cusqueña. El viernes en la mañana nos llevó de nuevo a Lima, para el encuentro con Rosita.






Nota 1: como ven, ya recuperé las fotos de Perú

Nota 2: saludos especiales para los amigos: Rosita, Diana, Dark, Straw, Anita, Marga y para quienes no son ciebernáutas tan dedicados: Andrea, Lara, Lisbeth.

2 comentarios:

Strawberry Roan dijo...

Mientras iba leyendo me han asaltado multitud de recuedos, imágenes, olores, sensaciones de los lugares que tan bien describes; he sentido melancolía y ganas de volver...
No sé si cuando estuviste en Aguas Calientes fuiste a los baños termales que hay arriba del pueblo: es una maravilla ir por la noche y sumergirte en el agua caliente sulfurosa mientras miras las estrellas y las montañas de alrededor te resguardan con su abrazo poderoso...
Ay, qué recuerdos... Ahora que has recuperado las fotos, espero que sigas con tus crónicas piscosouranas.

Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Pero qué calles más bonitas! Figúrate que mi hermana Yessica siempre ha soñado con ir a Perú...creo que seguiré su ejemplo después de ver tan hermosas fotos y leer tu ameno relato.

Saludos amigo...