viernes, 22 de mayo de 2009

BLANZIFLOR ET HELENA II





La mañana avanzaba y se llevaba consigo la tragedia de la noche anterior. Las manos de Angelina aún eran prueba de la fatídica escena y del fuego que no perdonó madera, ni trigo, ni piel; sin embargo, ella recogía flores y frutos silvestres.

El frío de la Montaña se sentía tan profundo, que ni la chimenea, ni la cálida bebida de hierbas lo disipaban; aún más cuando su doncella ya no estaba a su lado. Helena pensaba y no pensaba; tantas imágenes, tanto dolor, y en medio de todo, había algo que podría convertirse en dicha. Lo maravilloso entre tanta zozobra, fuego, sangre y miedo, era volver a pasar una noche juntas, abrazadas.

Helena luchaba contra el dolor y el sueño; su pierna aún estaba descompuesta, ennegrecida e hinchada. Quería estar junto a Angelina, caminando por entre la hierba, bañarse en el riachuelo, sentir el viento y el sol; no quería estar sola como lo estuvo durante los últimos años de su vida y su matrimonio.

El sueño se apoderó de su voluntad; sombras y siluetas la rodeaban y no le permitían ver a su amada a lo lejos. Por mucho tiempo sintió un gran zumbido en los oídos y hormigueo por todo el cuerpo. Una voz fuerte, pero cálida le llamaba e invitaba a bailar. Sintió que su cuerpo se elevaba; ahora podía ver y sus brazos tenían plumas, como alas.

La voz le acompañaba, pero no podía ver a quién pertenecía; en ocasiones le incitaba a volar, en otras se burlaba de su incapacidad para ser libre. Helena consiguió caminar dificultosamente hasta afuera, y no muy lejos divisó a Angelina. Verla le produjo la sensación de haberse colmado de amor profundo; pero la imposibilidad de alcanzarla por la torpeza de sus piernas y lo inservible de sus alas, la inundó de gran tristeza.

- ¡Doncella, doncella mía!, despierta. El sol te quiere acariciar; ven, dame tu mano, yo te llevaré.

Con este emocionante saludo de Angelina, Helena consigue despertar y con desespero busca la figura de su amante; la invade el miedo, no logra verla, piensa en las sombras que hasta hace un instante la asediaban. Sus ojos enfocan el panorama y por fin encuentra la sonrisa y las manos heridas llenas de flores.

- ¿Dónde estabas Angelina?, ¿por qué no me llamaste antes?, ¿qué ha sucedió?... ¿y la guardia?, ¿sabes qué ha sucedido por el pueblo?, ¿alguien sabe que estamos aquí?... la chimenea, la chimenea, apágala pronto, el humo advertirá a alguien de nuestra presencia.

- Ahorra energía, no tantas preguntas. No te preocupes, descansa. Ya estoy contigo, no hay más peligro; la Montaña guarda nuestros secretos.

Helena pone de nuevo su cabeza sobre la almohada y consigue alejar las sombras de su mente.

- ¿Cómo conseguiremos víveres?-, pregunta Helena.

- ¿Víveres?, ya veremos; el bosque y la tierra nos darán lo que necesitamos. He traído flores blancas para ti; flores que te halaguen, que honren tu piel; tan blancas como tú; del color que te iluminará como yo no lo puedo hacer.

Helena escuchando estas palabras comprende que el amor de Angelina es puro y sencillo, sin pretensiones y tan básico como vivir de lo que les ofrezca la tierra y el bosque. No sabe qué decir, no sabe qué esperar, no sabe que harán si las viene siguiendo la guardia; pero cuando toma las manos de piel negra de aquella mujer que le ofrece flores, siente como si todo estuviera solucionado. Y le dice a Angelina:

- No existe flor más blanca que el oscuro de tu piel, nada me honra más que tus acciones, nada me halaga más que tus palabras, no hay flor más bella que tu cuerpo. La esclavitud ha terminado, eres mi doncella y soy tu doncella; he tomado tus manos y tú las mías. No existe mayor faro que me ilumine como tú presencia en mi vida.

La mañana avanzó; con ella el día y los días. La Montaña ha sido el refugio perfecto; caminan por entre la hierba y se bañan cada día en el riachuelo; pueden sentir libremente el viento y el sol. Por ahora sus alas les sirven para volar; y una Blanca Flor ilumina a Helena.


Octubre de 2008






Fotografías: colección personal de Montañas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Menuda y maravillosa forma de escribir.

Oye te había extrañdo. Cómo va todo?